20 de enero de 2009

Muertos en plástico



















"Pateamos la tierra suelta, como se hace en los cementerios con los muertos. Con la certeza que miles de ojos ciertos quedaban mirando hacia el cielo, llenos de palabras dichas y faroles de verdad escondidos para esta pausa larga y sin medida de patria apagada."

Bajo un sol tibio de septiembre, mientras algunos vigilaban la extensa reja de madera haciendo las veces de atalaya, los demás cavaban un gran hoyo en medio del patio que iba acrecentando su cráter para llevar a dormir una enorme cantidad de libros, acusados y condenados por tener según ellos, letras subversivas. Casi todos eran autores prohibidos, revistas de militancia, folletines, breviarios, algunos con empaste de lujo y otros de amarillento roneo. Cuando la profundidad estuvo terminada, porque de igual manera ya comenzaban a asomar piedras, era imposible seguir cavando. Se cubrió toda la superficie de un largo manto de plástico. Comenzaron acarrear libros desde un dormitorio oscuro, separado por una cortina. Era un incesante crecer de la ruma. Ya no se dejaban con suavidad como al inicio se tiraban, volaban desde los peldaños de la escalera al patio trasero. Todo lo que una buena librería tenía en esos hambrientos años de cultura. Algunas hojas sueltas de libros ajados se elevaban con la brisa primaveral. Después desde otras cercanas casas, comenzaron a llegar cargamentos de las mismas condenadas palabras que necesitaba dormir el mismo sueño. Había en el ambiente un duelo de entierro apresurado, como esos difuntos que se van a dejar caminando, pero se quiere estar de regreso, para comentar la muerte.

Todos prestaban sus pies para el pisoteo final, emparejar y barrer la cubierta y no dejar señales de excavación. Como danza de lluvia, los más jóvenes seguían saltando hasta apretar la tierra recién descostrada y condenada a dormir en silencio el canto de las sirenas sobre faros olvidados.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Con todo respeto, me gustaría saber si el hecho que relatas ocurrió o es producto de una necesidad literaria de tí

MI CORAZÓN AL DESNUDO Y CON FRÍO dijo...

Estimada amiga, debo comentar su texto con absoluta franqueza. Honestamente me impresiona como consus letras destapa mis entierros más sagrados. En un lugar de la Mancha, en época difícil para todos, también fabriqué un refugio en la tierra y guardé tesoros que para mí eran importantes. Afortunadamente ni los bárbaros ni yo regresamos por ellos. Me culpo en gran parte, pero en mi memoria tengo escondido el valioso contenido de mis cofres.
Un abrazo de su amigo de siempre
Nvro

Sylvia Rojas Pastene dijo...

Drabator ¿qué diferencia habría, sabiendo lo uno o lo otro, en cuanto a tu apreciación?
Mis saludos

Sylvia Rojas Pastene dijo...

Estimado amigo:
Algunos se han enterrado, otros fueron quemados. Es una forma cobarde de censura que los líderes políticos o religiosos aplican contra aquellos que se oponen a sus ideas.
Seguramente no acabará, pero la fuerza de una idea, nadie puede quemar, tapar, esconder o mutilar.

Mis saludos.

Anónimo dijo...

La diferencia, radica que para mi es muy ditinto leer ficción que informarme de algo que sucedió, ya la ficción la leo para divertirme y la otra para mi disco duro.

Sylvia Rojas Pastene dijo...

Entiendo... lo que te divierte no queda en tu disco duro, entonces es real, para que se almacene mientras dure tu memoria de corto plazo.

Saludos Drabrator

Ramona dijo...

“ Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron, por entonces, para el mal de su amigo, fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase —quizá quitando la causa, cesaría el efeto—, y que dijesen que un encantador se los había llevado, y el aposento y todo; y así fue hecho con mucha presteza. De allí a dos días se levantó Don Quijote, y lo primero que hizo fue a ver sus libros; y como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta, y tentábala con las manos, y volvía y revolvía los ojos por todo, sin decir palabra; pero al cabo de una buena pieza, preguntó a su ama que hacia qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que estaba bien advertida de lo que había de responder, le dijo:
— ¿Qué aposento, o qué nada, busca vuestra merced? Ya no hay aposentos ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mesmo diablo.”

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, cap. VII.

Querida Shyvy, como os habràs dado cuenta, vuestro texto inevitablemente me recuerda el capítulo de Don Quijote de la Mancha en el que se relata primero el escrutinio que el cura y el barbero hacen en la biblioteca antes de la quema de los libros y luego las artimañas de las cuales es víctima el pobre anciano para “ser sanado” de su locura… Coincido con el ama: “el mesmo diablo” anda siempre metiendo la cola cuando de destruir libros se trata.
Un abrazo fraternal de Tué tué a Tué tué.
Ramona

Sylvia Rojas Pastene dijo...

Así es amiga mía, el cola de ballico mete su narices y hasta la cola enreda donde no lo llaman.
Doloroso debió ser mirar y ver pared sin versos sin letras amadas, como tener sed y no haber fuente donde saciarla, abundar en jugos de colores y el agua ausente.
Abrazos estimada señora mía.