8 de enero de 2009

Salto de líneas
















El cuerpo que miraba cubierto con un largo abrigo negro
descansaba su hombro en un pilar de la vieja casa
mi hermana al lado opuesto esperaba en silencio
delgado y canoso, ahogado en tristezas el rostro
parecía tener fuerza sólo para mirar
había más gente conversando en una larga mesa del patio
pero él seguía mirándome con una gota de afecto
mientras yo, sentada en una taza de baño
en una esquina de muralla plomiza
pensaba como tirar la cadena sin que nadie se diera cuenta
sabía que era Tito, uno de mis escasos y queridos primos
disimulaba cambiando de asiento sin subirme las pantaletas
alcanzando a ver la amarillenta mierda acumulada en el estanque
me percataba que no había cadena, era un tarro
simulando una taza. El taxi que me llevaba era también negro,
rodeaba lentamente una rotonda frente a la antigua fábrica de cervezas
olvidé ya el rostro y lo que motivó que bajara de prisa
pero sé que me hablaba acercando su boca a mi cabeza
recogía flores mientras varios guardias me perseguían
lograba subirme a otro taxi subiendo por una puerta
y bajando al instante por otra, como si una fuerza invisible empujara
mi primo me abrazaba y escondía en su largo abrigo negro y protector
la mesa estaba atestada de comida, metía mis dedos en las ensaladas
y comía, comía sin parar como en los buenos tiempos
en esta enorme casa de mis abuelos derrumbada.
Hacía tiempo que no soñaba o mejor dicho no recordaba pedazos de sueños.

2 comentarios:

Djuna dijo...

Leerte me recuerda algunos párrafos de Roberto Bolaño. La fluidez de esta escritura, con sus finales cada vez más amplios, como las grandes películas, donde no hay momento para pensar sino más bien para sorprenderse.
(Aplausos)

Y esto último lo tomo prestado de Bolaño.

Sylvia Rojas Pastene dijo...

Gracias Djuna
Bueno, uno escribe los demás juzgan, degustan, vomitan o aplauden si es que se puede.

Un fuerte abrazo