31 de enero de 2008

Apocalipsis

Ya van dos días que caminamos, quedamos catorce de los veinte que iniciamos la huída. Aún el espeso gas se arrastra sobre las hierbas. Las máscaras nos ahogan, de vez en cuando un gemido nos detiene, no hay nada que hacer. La repartición de máscaras fue tardía y tras esperar largo rato frente al lugar indicado, las sacamos, rompiendo las puertas y abalanzándonos sobre el contenedor custodiado por un grupo de robots sobornables, producto de sus sensores dañados.

Por entre metales ardiendo, divisamos cuerpos mutilados y algún perro lamiendo aguas rojas. Nos preguntamos ¿por qué muchos de ellos aún no han muerto?

Es noche de luna, pero ella parece no alumbrar por entre tanta bruma. Humo y fuego, regalan cortinas azuladas a su perfecta redondez de sangre.

Miles de árboles yacen calcinados con sus ramas rotas de carbón.

Cada vez se hace más difícil caminar, entre tanto escombro y dolor. No podemos detenernos, queremos llegar al mar. Muchos se han devuelto al escuchar que arde. Los han amedrentados diciéndoles que es un gran lago de fuego y azufre. Nadie demanda por alimentos, se acostumbraron a sentir hambre. Otros que regresan llorando se sientan cobardemente a esperar la muerte.

Nosotros continuamos. Nadie habla, nos encargamos de afirmarnos unos con otros, para darnos fuerzas. Algunas manos de entre los escombros, intentan sujetar nuestros tobillos, debemos alejarnos. Llegan sonidos de máquinas que aún siguen avisando del caos que vendrá y ya vino.

Se vislumbra un grupo, sin máscaras, rodeado de teas candentes, son cuerpos que arden, un olor nauseabundo los rodea, vomitan y se despiden cayendo abrasados por el aire irrespirable. Todos es horrible como esas escenas de los cuentos de Pasrojsyl, de oscuras mazmorras malolientes, atestados de gritos desgarrados y detrás de algún telón, una calavera danzando un ritmo de moda, para silenciar las injusticias.

Un gran muro de tanques se nos muestra delante, no tememos seguir. No hay nadie dentro. De algunos cuelgan trozos de soldados, manos intentando salir y mascarillas sin uso. Recogemos algunas, pero los circuitos de drenaje están rotos, como el sueño de muchos.

El cansancio comienza hacer estragos, Bea cae una y otra vez, decidimos cargarla unos metros, pero en sus ojos no hay razón, debemos dejarla, no podemos sentir dolor, para ello fuimos entrenados durante dieciséis años.

Debemos hacer el último intento, descender por alguno de los acantilados que cortados de improviso dan al mar. Sin embargo, antes de ello, se nos agolpan tres rejas.

Traspasamos la primera pero vienen tras ella otras dos más altas, todas electrificadas, nuestros trajes resisten, es la altura nuestro peor obstáculo. Vamos haciendo una torre con nuestras cabezas para elevar primero a los más cansados. Todos hemos traspasado, nos deslizamos por restos de helechos y pastizales humeantes.

Felipe resbala y claudica, nos insta a proseguir, a pesar de ser uno de los líderes, no quiere retrasarnos, la misión debe cumplirse.

Bajamos corriendo por sobres las dunas húmedas. Es verdad el mar arde. Una barcaza se acerca por entre lenguas de llamas y atraca en el pequeño muelle.

Un tipo de mirada asquerosa nos grita.

-¡Suban rápido, antes que se acabe el efecto especial y descubran que es un truco!

Llegamos doce al final del camino, doce para comenzar a evangelizar la misma mentira otra vez.


Salgado. Sebastião - Fotografia

Sylvia Rojas P.

25 de enero de 2008

Dolor












Me asaltan bestias, me derrotan gemidos, me persiguen gritos.

Quiero llorar con la apestosa forma de llorar de un desquiciado

y no puedo, no puedo.

Esta garra terrible de dolor me persigue, aprisiona, atropella, ahoga.

Le hago mil zigzagueos de huida y me sale al encuentro

como hiena arrastrando espuma dolorosa

Hay algo que fuerza, empuja, desgarra

soy toda tinieblas, toda abismo

toda carcajada de espanto.

No puedo huir, no puedo huir

salir como estampida

y golpear la vida

como ella golpea

sin conmiseración.


Quisiera cortar de pronto mi lengua

torcer, acallar, silenciarla.

Pero no está en la boca que implora

ni es el labio que desata la imagen de duelo

está más adentro

más profundo

está en el suspiro

agónico

del seso.

Sylvia Rojas P.

23 de enero de 2008

Mi vestido blanco





















Deseo encontrarte a solas en rincones de humo y bares de jazz yo y mi vestido blanco.

Caminar hacía ti entre sombras, sin más luz que mi vestido blanco.

Sentarme a tu mesa con mi vestido blanco fundido en mis pliegues húmedos.

Robarte el cigarro que cae de tu mano tensa y regalarte mis piernas de chocolate dorado bajo mi vestido blanco.

Quiero que roces mi vestido blanco y por los hilvanes vayas buscando el hilo del deseo trenzado en suspiros cubiertos tan sólo por mi vestido blanco.

Deseo que deslices el pabilo y compruebes que mi vestido blanco no cae fácil, se detiene en mis caderas y sólo con algunos.

Quiero ser cruel con mi vestido blanco, inclinarme en tu mesa y dejar que el escote de mi vestido blanco, te nuble el deseo simulado en humoradas rojas.

Mostrarte sin pudores, como afirma mi vestido blanco el calor de mi pequeña boca.

Ver tus ojos cuando una brisa malvada, levante las orillas palpitantes de mi vestido blanco y bajo el blanco vestido escuches la llama del jazz y tu mano como humo, se aserpiente por sobre y bajo mi vestido blanco.

Deseo que a solas tú y yo , en un rincón cualquiera con mi piel desnuda, cumplamos la profecía de mi vestido blanco.

A lo lejos nos vea hacer el amor, pidiendo tregua, furioso, lleno de celos, yo despojada y él, él vestido de rojo.

Sylvia Rojas P.



21 de enero de 2008

Viaje a la Villa Alegre o dos nuevas amigas alegres y viajeras.


Casi perdimos el bus, esperando que saliera uno, el adecuado se movía en nuestras espalda. Ella es menor, por eso eligió siempre la ventana. La ruta muestra saludos de árboles, cruce de ríos, campos verdes y bencineras en alta.

Primera parada una iglesia

Bajamos alegres, caminamos, se adelanta y entra, la imito corriendo

ella se persigna, no puedo imitarla. El techo cubierto de imágenes pías,

me mareo buscando a Saulo, no se lo digo, ella nos sabe que también di coces contra el aguijón buscando otra luz. Le contaré en otro viaje.

Un confesionario colmado de secretos, juego a ser pecadora, retrocedo y doy con la pila de agua bendita-chisporreteará si metes los dedos allí -dice la muy… sonriendo. Me siento bien, en una iglesia después de muchos años, ya no discuto con ella, quiero feliz a quienes las aman.

Segunda parada, el museo, me quiero quedar dentro seguro.

“Ayude al museo”

Hurgamos en carteras por monedas. ¡Qué bien suenan! debimos dejarlas en la iglesia para escuchar las almas liberándose con cada sonido

Sonreímos al Abate Molina a sus pájaros, sus flores, su búsqueda. Fotos amarillas de fiestas, ciudadanos ilustres, buen museo.











Recuerdo a Zurzulita y a Latorre cerca, en el Loncomilla a Milla

Una chispa creativa nos golpea, hacemos un pacto sobre el mate y reímos como locas y nos abrazamos.

¡Qué bien me siento con mi amiga!

Tengo hambre, y entre tanto sol de mediodía, me vuelvo prepotente

-Dígame señora, ¿en este pueblo hay plaza, mercado?

-Claro, doble en la esquina y encontrará la plaza, mercado no, lo siento no hay.

Y sale ella, -no preguntes así, di, ¿dónde queda esto o aquello? para que no se ofendan-

Disimulo recitando, pueblo hundío y explotao, pueblo mil veces lo digo.

Sabia la chiquilla, me digo y le digo- ya me parecía que sonaba apocador-

Caminamos a nuestra tercera parada, un local frente a la plaza, pedimos un café y pan con queso derretido.

Cuarta parada

La plaza y el tintero de Neruda a lo lejos, ella está enfrente esperándonos, con enormes álamos, pinos, escaños amplios, donde subir los pies y abrazar la madera para pelar luego un buen cigarro¿que mejor? ya démosles a las copuchas, las uñas largas, a las hermanas, a nuestros amores, a los poetas, las abuelas, en fin tanto tema, la lengua se nos pela. Conocemos al otro, por lo que contamos. Olvidamos el tintero, bueno quizás ya no hay tinta en el monolito.

Quinta parada, nos queremos comer una buena cazuela, nos engañamos, buscando un buen lugar, con pocas moscas, porque sin ellas no existen en este y en ningún país creo. Damos con La Casona, nos miran al entrar, está repleto de hombres, nos miran por nuevas o por ser tan exuberantes y lindas, bueno nos miran.

Demoran mucho, mientras, nos castigan pasando frente a nuestras ojos y narices, humitas, pasteles, cazuelas con choclos gigantes ¡ay! fumo, fumamos con bebida compartida, ante tal sufrimiento. Por fin llega nuestra cazuela, humeante, sabrosa, pero sin choclo.

Sexta parada, caminamos hasta el final de la avenida, nos desviamos un instante, asombradas, boquiabiertas. Un callejón colonial, un pedazo de pasado, calle de polvo y tierra, el tiempo se ha detenido allí, maldecimos la cámara olvidada.






Séptima parada, nos sentamos en el prado, a orillas de un canal, está fresco, nos recostamos, un auto conocido huye, las hormigas me atormentan.

Octava parada, volvemos a la plaza, una bebida helada y tranquilidad, se baja de su auto un villalegrino con su tarjeta en la mano y apuntando desde lejos al cajero automático, sin pensar que alguien podría arrebatarla corriendo, otro ritmo, otra vida.

Novena parada, volvemos para regresar a la avenida, viene un bus, subimos. De nuevo ella en la ventana, fresca.

Décima parada, un buen café cortado en Talca, allá se nos cortó sólo el tiempo.

Llegamos alegres de Villa Alegre.

20 de enero de 2008

El amor











Me golpea el amor como vara de sauce

golpea, golpea sin aviso

enreda como brazos de ebrio perdido

desmaya como nubes en colinas bajas.

El amor se levanta desnudo

huye con sábanas de niebla

claudica a ciegas, renuncia a ciegas

Huye, huye siempre de ahogos y abrazos

acierta al pecho y desangra el beso

las veces que el amor desea

El amor aúlla, por las quebradas

aúlla llamando a su encuentro

arrodilla en campos de batalla

y en la fuerza del placer sucumbe.

El amor no sabe darse

al que discierne el latido

acostumbrados a racionarlo

alguna vez lo damos todo

y quedamos con manos de limosna tendida.

Siempre es así, siempre

aprendemos a amar

entre miedos de amarra

en bofetadas de silencio

galopantes despidos

e inesperados rayos de olvido.

Aún así, amamos, amamos siempre.



Sylvia Rojas Pastene.

14 de enero de 2008

Sopaipillas de verano

Hacía más de media hora, que sentada en la acera, esperaba a su primo. Demoraba y el calor le hacía ver pequeños espejismos en el pavimento brillante y enceguedor. El olor a frituras provenientes de las mil y una fritanguerías, de esa cuadra, ya no le hacía recordar su casa.

Dos años atrás se habían incendiado y desde entonces vagaba de cartón en cartón sin más compañía que su primo David, al que había encontrado en las afueras de la estación. David era medio sordo y apenas lograba articular una que otra palabra.

Una noche lluviosa aprendió su primera palabra útil. Ambos, desesperados de hambre, habían caminado desde las faldas del cerro Esperanza hasta los locales del terminal de buses. Con la fija idea de pedir algo para comer y dormir en los carros abandonados de la estación.

Se acomodaron cerca, donde la oscuridad los mantendría protegidos. La vocecita del hambre comenzaba a cantar en ambos. Compartieron unas colillas y se frotaron las manos un instante. Se acercó, le arregló el cabello y el chaleco que llevaba brillante de sebo, le dió un empujoncito cariñoso y lo envío a pedir.

David, haciendo una especie de reverencia, se fue obediente a su misión. Cada cierto rato volvía enojado y pateando piedras, murmurando intentos de palabras y se dejaba caer al suelo, donde ella se escondía.

Repitió la acción unas cuatro veces, hasta que finalmente triste y cansado se acostó entre la basuras de los puestos, alejada de las manos de su prima. Nadie como él sabía lo rápida que era con las piedras y las manos, así que mejor era estar fuera de su alcance

Ella lo quería, era igual a su hermano menor, ero tenían que comer y pronto.

Después de un largo rato, lo levantó a tirones e insistió gritándole - vas a decir sopaipilla ¿oíste? nadie te da nada, porque no hablas cabro de mierda, tengo hambre y ya no puedo robar, me meten en cana gueón, pero a vos si robas te pillan al tiro, no sabis correr y si corres te caí a la primera zancada, patas planas, inútil, tenís que pedir mierda. David la miró intentando decir algo, con gestos, lo que a ella le pareció un -enséñame vos poh hambrienta-

Lo sentó en el suelo frente a frente, puso sus dedos en la boca y le dijo: repite conmigo ssss ooo ppp aaa -repite sopa- El miraba y trataba de imitar el movimiento de su boca, después de largos intentos y con la espalda empapada, logró que dijera en dos partes sopai-pillas, caminaba y repetía- sopai-pilla- saltaba feliz -sopai-pillas.

Volvió a los puestos y aunque demoró bastante, lo vio correr de regreso como pato con su valioso motín, en una vara de coligue traía ensartadas unas enormes sopaipillas bañadas en ketchup y mostaza.

Todo el invierno estuvieron juntos y ahora, en pleno verano, seguían buscando restos, pidiendo y alojando con extraños debajo del puente del río Piduco o cerca de la fería.

Ahora el calor arreciaba, la mugre delataba su rostro, le corría una espesa gota desde la frente hasta la barbilla, de un café intenso, dibujando su pobreza. Lo vio aparecer de pronto y saltó sobre él, traía como diez sopaipillas en un tenedor de plástico.

-¡Gueón! te dije pide helados, no veí el calor que hace ¡patas planas-h-e-l-a-d-o-s !

-No, no, no, robé sopai- balbuceó inocente y con una sonrisa tan larga, como las gotas que lo bañaban de pies a cabeza.

Sylvia Rojas Pastene.

12 de enero de 2008

Mis Otelos

Tuve celos, amargos celos

hierros de hiel de extremo a extremo

convulsionando la cuenca y desmayé.


Tuve celos, agudos celos

furiosos dragones de fuego devorando

rompiendo, abrasando, cercenando.


Tuve celos, tristes celos

e imaginé la vida sin abrazos

y un mutismo eterno desterrado de palabras.


Por un instante fui toda ira, guerra, muerte

enalbardé aguijones, lacerando mi boca

la misma que amó tanto, agonizó muda.


Después doblada supliqué por luz

la misma luz que sentaba su mirada de alegría en mi retina

esa misma luz cegó largas horas la razón y lloré.


Porque mordido el orgullo y fenecida la esperanza

uno llora a solas

y reconoce que ha perdido.






Sylvia Rojas Pastene.

10 de enero de 2008

Caracoles

La hamaca se mecía entre dos paltos. Boca abajo sobre ella arrastraba las manos rozando las frutillas. En algunas vueltas lograba arrancar una y llevársela a la boca. Las chinitas que goloseaban sobre ellas subían por sus manos, abriendo nerviosamente sus alas y volviéndose a posar sobre los cardenales. Se daba impulso para alcanzar las petunias que estaban más lejos o espantar a la gata Trini que ronroneaba de sueño mirándola mecerse. Cada cierto tiempo, Huesito pasaba por debajo en carreras locas tras los zorzales, haciéndola rodar bajo los damascos o dejándola enrollada en tres apretadas vueltas.

Todo era silencio a esa hora, silencio de lentas tardes en su hamaca.

De pronto una comparsa de patos, no acostumbrados a ese rumbo, provocó una confusión entre sus mascotas. Un círculo de polvo dejó percibir por un segundo colas y alaridos. La prisa por acudir o un sálvese quien pueda, la tiró lejos de su hamaca y la hizo tropezar con largas guías de parras que se arrastraban buscando el agua del pozo que surtía los surcos de las frutillas.

Le dolían los brazos y la boca escupía blandos terrones. Cuando se apagaron las estrellas de la hecatombe, se quedó boca abajo, muda, esperando que nadie se despertara. Algo la hizo mirar debajo del hueco tronco, que permanecía por años frente a su hamaca. Vio varios envases de temperas, y a un lado, una cajita de zapatos con el nombre de su hija Francisca, se acercó un poco más, y curiosa la abrió. Caparazones de caracoles, caparazones pintados o decorados con manchitas, las más, llenas de círculos coloridos.

Las mismas manchitas que ella había hecho en sus caparazones permanecían aún, deslavados ya, pero inconfundibles, ahora servían de guarida a sus descendientes. Levantó la caja y vio rodar un sinfín de caracolitos bebés con arcoiris en sus espaldas…

Sylvia Rojas Pastene.

8 de enero de 2008

Cartas


Amor mío:

Soy casi una sombra, una cerrazón de inválidas palabras, cada día me entrego al largo ejercicio, de mantener la llama encendida, por si en largas noche, el nauta que regresa, aviste mi luz por entre las rocas encendidas de púrpura amada.


He retenido ya tantas lágrimas, que tengo miedo de encontrarme a solas con esa especie de renuncia de ventanas sin luz, con ese cielo que promete silencios que nunca saludan.

Continuamente bajo a profundos pozos y allí me dobla el dolor de tu ausencia, rasgo vestiduras de ausencias cotidianas, de tu imagen cuido lo que la melodía arrebata en estrofas de amor.

Me encierro en ruidos y destilo la palabra alegría en vasos sin fondo, nunca logro conservar de ella caricia de olvidos.

Nada hay tras el que duerme, oscilando en medidas exactas, que mencione si vienes, o dejarás de venir. Siento que enloquecer no apacigua los ruegos, en cambio recrudece el lamento, me incita a clamar, a gemir y el péndulo latente de vergüenza cadenciosa no tiene fin.

Voy como va el mendigo sin ocultar harapos, anunciando pobrezas, parcelando el llanto. Voy tras noches completas de nubes sin formas, sin señales de olvidos.

Confieso que temo abrir puertas para que el samaritano vacíe su bálsamo contra el dolor, le doy mil caras de sonrisas y en cada rictus de mi boca está la palabra inconclusa que hiere y abate.

¡Ay sombras forasteras! no finjan al mirarme que traen entre sus manos, enlazada una tarde hermosa. Que en algún paraje o tras la vuelta de la esquina, hay una fuente de alegrías. Si tenéis lástima, o un ápice de espanto se cruza por esa mirada cobarde, comprended que tengo una puñalada hincada, que oprime y abate.

No prediquéis en vano voces de esperanzas, que yo las aborto, ellas nacían en mi, como esos días de luces y arco iris, en que la llama del quizás, o del tal vez, lograban encender la lámpara de mi cuenca vacía…pero ya no. Libérame o no digas nada

Mi abatimiento logra tener ritmo y sombra de gigantes, marcha al unísono del adiós. Le temo cuando me convierte en un ser de lástimas, publíca que soy apenas un alma. Y sobre esteros de caricias vagas, deja sin boca la desgracia

Le he dado tantos nombres a este néctar de amor y amarguras que las estrofas celosas claman por otras voces. Se burlan de mi diciendo, ¡allí va la olvidada! ¡la que aún sueña con palabras!

Intento disfrazar de locura la realidad descalza por calles de cordura y si alguien me pregunta por la mesura, les digo que olvidé ser quien era, que pueden ser el aplauso, que intenta ensordecer mi escena.

Estoy aquí, sin palabras, sólo las que dije tantas veces, se deshace este corazón acostumbrado a tu ternura, y no puedo olvidarte y no logro enmudecer tu lira.

Silba el viento entre mis celosías, una voz lejana y muda intenta descifrar todas las respuestas, cabalgan sobre mi mente certezas, entonces acribillo oídos, desgarro ojos, unto con veneno esta boca y voy cantando con voces hipócritas que ya no te quiero y que ya nada me duele.

Toda vida parece maliciosa, se propone burlarme, la de tez amarilla que asoma por las tardes, arroja luz sobre esta dolida faz y el que de día quema, descubre que algunos arrastran mentiras cobardes.

Convergen sonidos, se aproximan imágenes y por la mañana sobre un fresco prado diviso margaritas que tantas veces cortamos. Muerde tu olvido, asesina tu ausencia.

¿Cómo morir sin que acabe la vida?, sin que el tenebroso final me asegure que tras el paso afortunado de la hoz, este corazón logre tener agonía de recuerdos.

¡Ay de mí! ¡Cuán dulcemente invito a la muerte!...y en tanto es de día, le susurro tentaciones y ella pasa deshojando fiel, los últimos latidos del amor de ayer

El cadáver de una muerta, está repartiendo flores, hay un olor nauseabundo sobre suaves pétalos de amor.

Sobre el pecho le han colgado dagas, para que intente ir dando golpes a ese corazón que vio el amor, antes de ver sus ojos y el sol.

Retengo la última lágrima, pero ella empuja, brota se desborda y cae.

He resuelto comprar mi esperanza de ilusiones muertas, con un hilo carmesí de gran precio.

6 de enero de 2008

Intentos









Intentos

Con manos imaginarias empuja, araña, rasguña. Cruelmente amortajadas, las otras no tienen espacio para elevarse.

Las piernas imitan pasos veloces, apresurados, pero la punta de un zapato permanece atrapada al clavo del primer martillazo y el otro, el otro no lo siente.

Usa su boca dura de hierro, articula aguijoneadas palabras para gritar. Un largo y pesado mutismo le ha condenado. Su lengua yace desmayada, amordazada, sin verbo para la huida.

Aprieta los párpados buscando algo en su retina, y en la mirada interna imagina una cubierta de caoba fina.

Sylvia Rojas Pastene.

3 de enero de 2008

Bacán








Bacán

Se tragaba los cereales, los empujaba con sus dedos. Una pesada mano sobre el hombro la hizo girar. El envase rodó lejos. Sentía que mil ojos la atrapaban. Retrocedió haciendo reverencias, hasta que estimó que ya podía correr.

Desenfrenada fue a dar a la escalera mecánica. Gritó unos cuantos mierda empujando, y brincando de peldaño en peldaño hasta caer a los pies del guardia del primer nivel.

Algo le molestaba más que el hambre inconclusa, la filuda uña de la promotora de cereales, aún estaba clavada en su cuello. Un hilillo de sangre corría hasta el borde de sus nacientes pechos.

No había sido tan bacán, como le dijo Miguel.



Sylvia Rojas Pastene.

1 de enero de 2008

Calendario









Le costó despegar su frente adosada al vidrio, el calor la humedecía como medusa.
Ya la habían sacado dos veces del restaurante. La primera le pareció raro, que todos estuvieran resfriados.
La segunda pensó, tanta gente asustada, debe ser caro comer aquí... pero no hay una sola mesa libre y se dejó llevar fuera.
Lo intentaría de nuevo, quería dejarles un calendario.
Estaba a punto de poner un pie en la puerta, cuando una sirena la ensordeció. Debe ser la ambulancia se dijo, a buscar a tanto ser enfermo y asustado.



Sylvia Rojas Pastene