
Sospecho que algunos caminos tienen de polvorientos
las sobras que van floreciendo en nuestros bolsillos
y de lodo algunas lágrimas vertidas, delante de quienes nos ofrecen pañuelos
pero estarían más contentos si dejáramos de llorar.
Más de alguien me han hecho derramar algunas que no merecía.
Pero
olvídalo, dejé en algún lugar escondido, para que no rodees y escapes
una daga generosa, acerada de odios, que de seguro ya te ha cortado la risa.
Tenemos de olvidos, todas las lluvias que alcancen en esta mirada de aguacero
y de consuelo, el saber que la mano crucificada, derrama ecos que oímos
al bajar por algún camino
desechado tardíamente.
Yo no sé si ustedes abanican sobre si, los mismos miedos falsos
que en vez de
pausarnos la vida, dejan que ella se deslice a nuestras espaldas
para no tener que decir, esperen voy cansada sin ayuda.
Sospecho también que juntamos sendas de escorias
para venderlas como recuerdos valiosos
las mismas que acechan como trancas en ventanas de luz
para no salir, para no buscar y descubrir que aligeramos la carga sin ellas.
Pero cuando más sospecho es cuando dejo de sospechar
viendo que mis caravanas viajan en fila pero sin rumbo
para no tener que contar a algunos que voy sin brújula
y llegar al lugar que no sé si me encamino bien
porque es seguro que entre señales externas
he indicado rutas que nunca están de acuerdo con mis sospechas eternas
pero permito que otros crean que voy bien, sólo porque me ven avanzar decidida.
Y es que no me importa, volver al cruce mil veces para comenzar otra vez.
Sospecho que será mi vagar, largo y lleno de nuevas pupilas
para terminar un día, recostada inerte en una loza que huele a flores
segura sólo de largas y dulces despedidas.