Soy un cuerpo de mujer inconclusa, que quisiste tallar con tus manos de artesano. Me dirás alguna día ¿cuál fue el árbol que elegiste en la noche apagada? ¿cómo bajaste cargado de esperanza por tu creación? ¿fui madera nativa o árbol desarraigado?
Ya no importa, sólo sé que cada vez que robabas de mi madero la astilla afilada, para que mi cóncava piel te recibiera como racimo de besos, tuve miedo. Mis labios, como lenguas de fuego quemados al calor de tu gubia, arrojaban sonrisas. Algunas veces te asustaron mis formas y me retocaste muchas otras. Yo no fui bella más que en tus manos de artífice bondadoso, pues aquellos que pasaron cerca, no encontraron belleza en mí. Dime ¿sin querer demoraste? ¿o me querías inconclusa? ¿fue acaso tiempo cascabeleando entre tus manos? ¿o del corazón cayó la fuerza?
Nunca fue más laboriosa tu rutina en la madera de mi cuerpo. Cansado muchas veces gritaste, ¡no puedo acabarla! ¡no sé que ojos regalarle! ¡no sé como peinar sus cabellos! Pero el rictus de mis penas dibujaste con perfección y no fue crueldad, quizás ya traía alma de inconclusa.
Moldeaste un espíritu fuerte y sobre la altura del genio un corazón débil.
Para tus deseos, trazaste una carne dispuesta al beso y para el abrazo me perfumaste con amor de roble, me regalaste flores en los ojos y a mis oídos caracolas en canciones.
No te vayas, aún estoy inconclusa, aún me falta el núcleo para albergar tu cabeza de hombre bueno y las manos para rozar tu ojos ciegos de huida.
No me dejes así ¿ves que no huyo ante el dolor de tu trabajo? voy dispuesta a someterme a la punzante aguja, al calor de tu sellado y al barniz profundo que dejará las luces de mi felicidad petrificada.
Sigue tallando, dame formas, convierte en realidad el misterio del amor. Dame, pulso latente en mi vientre de mujer aromada de deseos, y concédeme la conclusividad
Mi tallador, mi artista, mi genio, no te vayas sin terminar el madero de mi cuerpo. Se mi Dios termina tu creación.
Mas si no puedes terminarla, ven, acércate al madero y reposa en la caoba boca inconclusa, tu boca de acero y deja las huellas de tus lágrimas sobre mi costado abierto, que ya te he perdonado y sé que no eres Dios.
Sylvia Rojas P.
Junio, 2006.